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En estas fechas navideñas, el invierno hace acto de presencia en forma de frío. Cada uno intenta como puede arrimarse al calor que más calienta para pasar el frío invierno de la mejor forma posible, pero no todos podemos. Desgraciadamente, por ejemplo en el trabajo, cada vez es más habitual ir a un pequeño comercio y ver al dependiente o dependienta abrigado hasta la cabeza. Asimismo, algunas instituciones dentro de su “plan de austeridad”, están aplicando la llamada racionalización energética[1], es decir, controlando el gasto energético con fines económicos (realizando cortes en el uso de la calefacción por citar un ejemplo).  Es lo que tiene la crisis que a veces nos obliga apretarnos el cinturón o tener que ponernos el abrigo, la bufanda y los guantes. Es curioso, pues la climatización[2] debe ser entendida como buena cuando uno está en un edificio y no pasa ni frío ni calor, y no que algunos están mal acostumbrados a trabajar en mangas cortas en pleno invierno o con un jersey en pleno verano.

Si bien para muchos de los ciudadanos de este país la crisis ya se asoma en su mesa, ahora nos toca sufrirla en nuestro salón, en la habitación, en nuestro hogar. Como ya apuntaba al inicio de este año el diario El País[3], “La crisis dispara las diferencias entre ricos y pobres en España”. Así es, cada vez los ricos son más ricos y los pobres son más pobres. Como bien refleja dicho artículo, “un indicador muy representativo es la pérdida de bienestar en los hogares. El 30% llega mal a fin de mes y reduce por debajo de lo soportable su gasto en calefacción o en consumo de carne, por ejemplo”. Por lo tanto, entre las personas que se encuentran en situación de desempleo y las personas activas que han perdido poder adquisitivo, además de buscar el ahorro en la alimentación también son muchos los que intentan reducir el gasto en la factura de la luz a final de mes.

Según podemos leer desde el Asociación de Ciencias Ambientales[4] (ACA), la pobreza energética es “la incapacidad de un hogar de satisfacer una cantidad mínima de servicios de la energía para sus necesidades básicas, como mantener la vivienda en unas condiciones de climatización adecuadas para la salud (18 a 20º C en invierno y 25º C en verano). Las causas que generan esta precariedad energética son diversas: bajos ingresos del hogar, calidad insuficiente de la vivienda, precios elevados de la energía, precios elevados de la vivienda, etc. Sus consecuencias en el bienestar son también variadas: temperaturas de la vivienda inadecuadas, incidencias sobre la salud física y mental (incluyendo mortalidad prematura de ancianos), riesgo de endeudamiento y desconexión del  suministro, degradación de los edificios, despilfarro de energía, emisiones, etc”.

La pobreza energética es un fenómeno invisible como bien recoge el blog Asuntos Verdes[5] haciendo alusión al estudio realizado por ACA en el que podemos leer las palabras de Sergio Tirado el investigador de la Universidad Europea Central. Según Sergio Tirado, la pobreza energética es “un problema invisible, que se vive de puertas para adentro”. Asimismo, otro dato a tener en cuenta es que “uno de cada tres hogares cuyos miembros estén en paro se encontrará en situación de pobreza energética en España” o “puede ser la causa de entre 2.300 y 9.300 muertes prematuras al año, frente a las casi 1.500 de los accidentes de tráfico en 2011”.

Pues bien, si esto está pasando en España, imaginar este mismo problema en los  países en vías de desarrollo. En estos países los problemas se agravan más como bien indica la OMS[6]. “La contaminación del aire en locales cerrados asociada a la utilización todavía generalizada de combustibles de biomasa causa la muerte de casi un millón de niños al año, principalmente por infecciones respiratorias agudas. Las madres, que se encargan de cocinar o permanecen próximas al fogón después de haber dado a luz, son quienes corren más riesgo de enfermedades respiratorias crónicas”.

Pero volviendo a España, ¿Cómo combatirla? Podemos resaltar las recomendaciones de Eroski Consumer[7], que ya publicó en el 2009. Por ejemplo, hacer un uso eficiente de la energía o ahorrar en otros gastos posibles de luz (como el uso de bombillas de bajo consumo o contar con electrodomésticos de eficiencia energética del tipo A o A+). Asimismo, es necesario también que por parte de las Instituciones Públicas se fomente políticas sociales, como puede ser el uso del “bono social” en la ayuda para el pago del recibo de la luz a las personas con más dificultades. En cambio, medidas como la subida del precio[8] del recibo de la luz no son las más favorables.

¿Qué podemos hacer los profesionales de la salud? Al menos, debemos concienciar a nuestros pacientes que sean más austeros en otros gastos y sean conscientes de la importancia de una buena climatización, ya sabéis “ni pasar frío ni pasar calor”.

Si quieres, puedes leer la anterior colaboración de Miguel Ángel Navas en Cuidando, en el siguiente enlace: “Los problemas de una inadecuada alimentación en tiempos de crisis”

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3 comentarios en “Desigualdades sociales en salud: la pobreza energética”

  1. Se está produciendo un efecto contradictorio; se están fomentando políticas de Rehabilitación de viviendas anteriores a normativas de aislamiento térmico, (periodo 1940-80),pero son gastos a los que no pueden hacer frente todos los vecinos, lo cual ademas genera el concepto de “demanda” energética que antes ellos no tenían, puesto que lo arreglaban con ponerse “el abrigo”…

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