“Cucha que te diga…”. Hace unos días te contaba que pase por Cádiz, en uno de mis últimos congresos de esta “temporada”. Te comentaba que la mesa titulada “La voz de los pacientes” nos dejó unas reflexiones y pensamientos muy interesantes, con las intervenciones y palabras de Alberto, Francisco, José y José Manuel. Personas (y pacientes) activas y comprometidas con sus enfermedades, con su salud, con sus vidas y con las ganas de construir un mundo mejor. Sus conversaciones te dan que pensar y nos pintan un horizonte, donde de verdad (verdadera) seamos capaces de decidir juntos (pacientes, profesionales y sistema sanitario) donde queremos ir.

El caso es que José, periodista de la revista FAEM (Semos) compartía su intervención a través de unas palabras. Una historia, que le pedí, que por favor, no se quedara solo allí, en el congreso. Amablemente, ha aceptado mi petición a publicarlas en este blog, y hoy las comparto con vosotros y vosotras. Espero que os hagan reflexionar, pensar, quizás cambiar.  Os dejo con su relato… Gracias José por el ratico y hasta la próxima!.

Palabras de José León Fernández en el IV Congreso de ASENHOA (Cádiz)

Para hablar de las enfermeras, creo que hay que lo primero que hay que decir es que son el personal más cercano al paciente, la figura intermedia. En salud mental aún reivindican la especialidad -más que adquirida sobre el terreno- en el último congreso nacional (XXXIII) celebrado aquí en Cádiz el año pasado (2017).

No quisiera que quedara aquí la imagen del simple consuelo, la mano sobre el hombro, la mirada tierna o la palabra de ánimo; los inyectables, la organización de las consultas, la administración de pastillas, el conocimiento detallado de la medicación, la seguridad, la psicoeducación, los protocolos de ingreso y derivación; el seguimiento, por supuesto… Y todo eso se resume en dos palabras como su función principal: acogida y aceptación. Siempre con excepciones, hay de todo, como en botica.

Cumplen un papel básico en la llegada de los primeros pacientes, perdidos y temerosos, una acogida amable y tranquilizadora y una aceptación para guiarles en el comienzo del duro proceso de reconocimiento de la dolencia, la enfermedad, la patología, el diagnóstico -como le resulte más sencillo decir a cada cual-, primer paso hacia la recuperación, que nunca es fácil. Os dejo con este relato…

Imagen “Los más solos”, grupo salvadoreño Teatro del Azoro Autor: René Figueroa. Imagen facilitada por José León

Batas blancas, delirios de gratitud

Miradas inaccesibles en un mundo que tal vez -sólo tal vez- comprendan mejor que este. Otros son tan de este mundo que tú pareces el extranjero, de la sencillez y simplicidad con las que entienden realidades que a muchos nos abruman.

Ojos de infancia, de niñas y niños que se dejan sorprender porque no han perdido la capacidad de asombro de sí mismos. Te sonríen y transmiten como un aceptación.

Estamos aquí para mirar por la ventana a ese mundo. Un lugar hacia el que quizá algunos nos hayamos adentrado hasta donde el bosque empieza a ser frondoso.

Posturas forzadas y miradas difusas. O una ojeada profunda que te habla bien a las claras.  Tantos rasgos y cada uno tan diferente.

Batas blancas. Tan presentes que parecen invisibles, traslúcidas, inmaculadas (como el nombre de la madre de mi amigo de la infancia, el rostro que dibuja en mí con tanta dulzura el rostro de lo que seguro fue su vocación). Pero sus huellas no las borrará el ceremonioso paso del tiempo. Ni en un hospital militar con toda su parafernalia, ni como auténticos zombies en urgencias, ni en la UCI de siniestro total, ni en la fimosis de tu hermano, ni en el papel de mala en ‘Alguien voló sobre el nido del cuco’, ni en una cuarta planta, ni en un sótano, ni en el cielo ni en el infierno.

Experiencia y conocimientos acumulados en los que apoyar los torpes e iniciales pasos en el diario caminar de las personas a quienes cuidan,  que tienen que empezar de nuevo. Compartiendo, literalmente, tus miserias. Tus deshechos. Escuchando los capítulos de tus 20.000 leguas, contemplando tu desbozado y ruinoso paisaje.

Hablándole a una cabeza a la que las palabras llegan sin situarse, pero que a veces comunican experiencias y comentarios que siempre encuentran respuestas de una agudeza inusual.

Si el inquilino de esta casa es de Melilla, tú eres de Melilla. Si no tiene hijos, tú eres su hijo. Si no sabe andar, tú eres sus pies y sus manos. Si sabes escuchar, tú eres su pensamiento. Si no se atreve, tú le empujas. Si te caes, ella te levanta. Si te rechaza, es porque te quiere. Si te acepta, es porque le amas.

La ‘Casa de las locas’

Residencia de las Hermanas Hospitalarias

Málaga, allá por 1998 o 99.

Cuando volví de la guerra que se debatió entre mis neuronas, me estuve carteando -sí, sí, en papel. Hablo del siglo XX- con la enfermera que me atendió y acompañó, algo más joven mi madre (o ahí ahí), aunque no puedo afirmar con certeza nada sobre ella ni sobre otros muchos detalles. En mis delirios, la tomaba por Justina, una recia señora bilbaína vecina del barrio de quien conservo mi recuerdo, mi admiración y una reproducción de ‘El Guernica’, de Picasso.

Es que no sé, uno no sabe cómo, pero las cosas en la vida terminan encajando. Málaga, una dura batalla, este texto que nunca habría esperado ser leído…

Gracias.

 

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2 comentarios en “Batas blancas, delirios de gratitud: unas palabras para hablar de las enfermeras”

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